Plaza de San Pedro
Domingo 11 de octubre de 1998
Domingo 11 de octubre de 1998
1. «En cuanto a mí, ¡Dios me libre
de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Ga 6,
14).
Las palabras de san Pablo a los Gálatas, que acabamos de escuchar,
reflejan bien la experiencia humana y espiritual de Teresa Benedicta de la Cruz,
a quien hoy inscribimos solemnemente en el catálogo de los santos. También ella
puede repetir con el Apóstol: «En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no
es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!».
¡La cruz de Cristo! En su constante florecimiento, el árbol de la
cruz da siempre nuevos frutos de salvación. Por eso, los creyentes contemplan
con confianza la cruz, encontrando en su misterio de amor valentía y vigor para
caminar con fidelidad tras las huellas de Cristo crucificado y resucitado. Así,
el mensaje de la cruz ha entrado en el corazón de tantos hombres y mujeres,
transformando su existencia.
Un ejemplo elocuente de esta extraordinaria renovación interior es
la experiencia espiritual de Edith Stein. Una joven en búsqueda de la verdad,
gracias al trabajo silencioso de la gracia divina, llegó a ser santa y
mártir: es Teresa Benedicta de la Cruz, que hoy, desde el cielo, nos repite a
todos las palabras que marcaron su existencia: «En cuanto a mí ¡Dios me libre de
gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!».
2. El día 1 de mayo de 1987, durante mi visita pastoral a
Alemania, tuve la alegría de proclamar beata, en la ciudad de Colonia, a esta
generosa testigo de la fe. Hoy, a once años de distancia, aquí en Roma, en la
plaza de San Pedro, puedo presentar solemnemente como santa ante todo el mundo a
esta eminente hija de Israel e hija fiel de la Iglesia.
Como entonces, también hoy nos inclinamos ante el recuerdo de
Edith Stein, proclamando el inquebrantable testimonio que dio durante su vida y,
sobre todo, con su muerte. Junto a Teresa de Ávila y a Teresa de Lisieux, esta
otra Teresa se añade a la legión de santos y santas que honran la orden
carmelitana.
Amadísimos hermanos y hermanas, que habéis venido para esta
solemne celebración, demos gracias a Dios por la obra que realizó en Edith
Stein.
3. Saludo a los numerosos peregrinos que han venido a Roma y, de
modo particular, a los miembros de la familia Stein, que han querido
estar con nosotros en esta feliz circunstancia. Un saludo cordial va también a
la representación de la comunidad carmelitana, que se convirtió en la «segunda
familia» para Teresa Benedicta de la Cruz.
Doy mi bienvenida, asimismo, a la delegación oficial de la
República federal de Alemania, encabezada por el canciller federal saliente
Helmut Kohl, a quien saludo con cordialidad y deferencia. Saludo, igualmente, a
los representantes de los estados del norte del Rin Westfalia y
Renania-Palatinado, así como al alcalde de la ciudad de Colonia.
También de mi patria ha venido una delegación oficial
guiada por el primer ministro Jerzy Buzek, a la que saludo cordialmente.
Quiero reservar una mención especial a los peregrinos de las
diócesis de Wrocław, Colonia, Münster, Espira, Cracovia y Bielsko-Żywiec,
aquí presentes junto con sus cardenales, obispos y sacerdotes. Se unen a la
gran multitud de fieles que han venido de Alemania, de Estados Unidos y de mi
patria, Polonia.
4. Queridos hermanos y hermanas, Edith Stein, por ser judía, fue
deportada junto con su hermana Rosa y muchos otros judíos de los Países Bajos al
campo de concentración de Auschwitz, donde murió con ellos en la cámara de gas.
Hoy los recordamos a todos con profundo respeto. Pocos días antes de su
deportación, la religiosa, a quienes se ofrecían para salvarle la vida, les
respondió: «¡No hagáis nada! ¿Por qué debería ser excluida? No es justo que me
beneficie de mi bautismo. Si no puedo compartir el destino de mis hermanos y
hermanas, mi vida, en cierto sentido, queda destruida».
Al celebrar de ahora en adelante la memoria de la nueva santa, no
podremos menos de recordar, año tras año, la shoah, ese plan cruel de
eliminación de un pueblo, que costó la vida a millones de hermanos y hermanas
judíos. El Señor ilumine su rostro sobre ellos y les conceda la paz (cf.
Nm 6, 25 ss).
Por amor a Dios y al hombre, una vez más elevo mi apremiante
llamamiento: ¡Que nunca más se repita una análoga iniciativa criminal
para ningún grupo étnico, ningún pueblo, ninguna raza, en ningún rincón de
la tierra! Es una llamada que dirijo a todos los hombres y mujeres de buena
voluntad; a todos los que creen en el Dios eterno y justo; a todos los que se
sienten unidos a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Todos debemos ser solidarios
en esto: está en juego la dignidad humana. Existe una sola familia
humana. Es lo que la nueva santa reafirmó con gran insistencia: «Nuestro amor al
prójimo .escribió. es la medida de nuestro amor a Dios. Para los cristianos, y
no sólo para ellos, nadie es .extranjero.. El amor de Cristo no conoce
fronteras».
5. Queridos hermanos y hermanas, el amor a Cristo fue el fuego
que encendió la vida de Teresa Benedicta de la Cruz. Mucho antes de darse
cuenta, fue completamente conquistada por él. Al comienzo, su ideal fue la
libertad. Durante mucho tiempo Edith Stein vivió la experiencia de la
búsqueda. Su mente no se cansó de investigar, ni su corazón de esperar. Recorrió
el camino arduo de la filosofía con ardor apasionado y, al final, fue premiada:
conquistó la verdad; más bien, la Verdad la conquistó. En efecto, descubrió que
la verdad tenía un nombre: Jesucristo, y desde ese momento el Verbo encarnado
fue todo para ella. Al contemplar, como carmelita, ese período de su vida,
escribió a una benedictina: «Quien busca la verdad, consciente o
inconscientemente, busca a Dios».
Edith Stein, aunque fue educada por su madre en la religión judía,
a los catorce años «se alejó, de modo consciente y explícito, de la oración».
Quería contar sólo con sus propias fuerzas, preocupada por afirmar su libertad
en las opciones de la vida. Al final de un largo camino, pudo llegar a una
constatación sorprendente: sólo el que se une al amor de Cristo llega a ser
verdaderamente libre.
La experiencia de esta mujer, que afrontó los desafíos de un siglo
atormentado como el nuestro, es un ejemplo para nosotros: el mundo moderno
muestra la puerta atractiva del permisivismo, ignorando la puerta estrecha del
discernimiento y de la renuncia. Me dirijo especialmente a vosotros, jóvenes
cristianos, en particular a los numerosos monaguillos que han venido durante
estos días a Roma: Evitad concebir vuestra vida como una puerta abierta a
todas las opciones. Escuchad la voz de vuestro corazón. No os quedéis en la
superficie; id al fondo de las cosas. Y cuando llegue el momento, tened
la valentía de decidiros. El Señor espera que pongáis vuestra libertad en sus
manos misericordiosas.
6. Santa Teresa Benedicta de la Cruz llegó a comprender que el
amor de Cristo y la libertad del hombre se entrecruzan, porque el amor y la
verdad tienen una relación intrínseca. La búsqueda de la libertad y su
traducción al amor no le parecieron opuestas; al contrario, comprendió que
guardaban una relación directa.
En nuestro tiempo, la verdad se confunde a menudo con la opinión
de la mayoría. Además, está difundida la convicción de que hay que servir a la
verdad incluso contra el amor, o viceversa. Pero la verdad y el amor se
necesitan recíprocamente. Sor Teresa Benedicta es testigo de ello. La
«mártir por amor», que dio la vida por sus amigos, no permitió que nadie la
superara en el amor. Al mismo tiempo, buscó con todo empeño la verdad, sobre la
que escribió: «Ninguna obra espiritual viene al mundo sin grandes tribulaciones.
Desafía siempre a todo el hombre».
Santa Teresa Benedicta de la Cruz nos dice a todos: No aceptéis
como verdad nada que carezca de amor. Y no aceptéis como amor nada que carezca
de verdad. El uno sin la otra se convierte en una mentira destructora.
7. La nueva santa nos enseña, por último, que el amor a Cristo
pasa por el dolor. El que ama de verdad no se detiene ante la perspectiva
del sufrimiento: acepta la comunión en el dolor con la persona amada.
Edith Stein, consciente de lo que implicaba su origen judío, dijo
al respecto palabras elocuentes: «Bajo la cruz he comprendido el destino del
pueblo de Dios. (...) En efecto, hoy conozco mucho mejor lo que significa ser la
esposa del Señor con el signo de la cruz. Pero, puesto que es un misterio, no
se comprenderá jamás con la sola razón».
El misterio de la cruz envolvió poco a poco toda su vida, hasta
impulsarla a la entrega suprema. Como esposa en la cruz, sor Teresa
Benedicta no sólo escribió páginas profundas sobre la «ciencia de la cruz»;
también recorrió hasta el fin el camino de la escuela de la cruz. Muchos
de nuestros contemporáneos quisieran silenciar la cruz, pero nada es más
elocuente que la cruz silenciada. El verdadero mensaje del dolor es una
lección de amor. El amor hace fecundo al dolor y el dolor hace profundo al
amor.
Por la experiencia de la cruz, Edith Stein pudo abrirse camino
hacia un nuevo encuentro con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob,
Padre de nuestro Señor Jesucristo. La fe y la cruz fueron inseparables para
ella. Al haberse formado en la escuela de la cruz, descubrió las raíces a las
que estaba unido el árbol de su propia vida. Comprendió que era muy importante
para ella «ser hija del pueblo elegido y pertenecer a Cristo, no sólo
espiritualmente, sino también por un vínculo de sangre».
8. «Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorarlo en
espíritu y verdad » (Jn 4, 24).
Amadísimos hermanos y hermanas, estas palabras las dirigió el
divino Maestro a la samaritana junto al pozo de Jacob. Lo que donó a su
ocasional pero atenta interlocutora lo encontramos presente también en la vida
de Edith Stein, en su «subida al monte Carmelo». Ella percibió la profundidad
del misterio divino en el silencio de la contemplación. A medida que, a lo largo
de su existencia, iba madurando en el conocimiento de Dios, adorándolo en
espíritu y verdad, experimentaba cada vez más claramente su vocación específica
a subir a la cruz con Cristo, a abrazarla con serenidad y confianza, y a amarla
siguiendo las huellas de su querido Esposo: hoy se nos presenta a santa Teresa
Benedicta de la Cruz como modelo en el que tenemos que inspirarnos y como
protectora a la que podemos recurrir.
Demos gracias a Dios por este don. Que la nueva santa sea para
nosotros un ejemplo en nuestro compromiso al servicio de la libertad y en
nuestra búsqueda de la verdad. Que su testimonio sirva para hacer cada
vez más sólido el puente de la comprensión recíproca entre los judíos y los
cristianos.
¡Tú, santa Teresa Benedicta de la Cruz, ruega por nosotros! Amén.